miércoles, 30 de mayo de 2007

La China

Florecían las 4 de la tarde, tiempo de partida del trabajo, cuando ya los muchachos nos estábamos enfilando para lo que se había convertido en nuestra distracción en las postreras semanas, jugar billar. Íbamos a diversos sitios a jugar, pero ese día nos decidimos por ir a uno que estaba enclavado en El Conde. Al llegar al lugar, nos hallamos con una multitud y todas las mesas invadidas. Tuvimos que hacer cola un buen rato, hasta que en definitiva hallamos un par de mesas para jugar.

José me estaba propinando colosal paliza, imagínense, yo actualmente estaba iniciándome en el juego y este espécimen tenía más calle que un Corolla del 73. De repente cruzo mirada con una chica que se encuentra en la mesa del frente. A partir de ese instante no me quitó la vista de encima. En los siguientes días íbamos al billar y ella constantemente estaba allí (no es la cabaña, mal pensados) hasta que un día al observar la paliza que me estaban dando (nuevamente), se me aproximó:

- Te ayudo? – con una expresión alegre en su semblante y un tono de que podía resolver la situación.
- Si, porque no. Es que no sé jugar mucho esto.

Le proporciono mi Taco (palo para jugar el billar) y en un abrir y cerrar de ojos le había ganado al amigo mío. La chica era una experta en el juego. A partir de ahí en el grupo le llamamos “La China”, debido a que era de origen asiático. Era una china escasa dada que poseía el cuerpo de una trigueña dominicana, pero su fisonomía irradiaba su raza china, taiwanesa, coreana, como antoje ponerle usted. Al otro día la invitamos a dar una vuelta y aprueba sin dificultad. Cojemos el grupo para el Malecón y yo con mi China a rastro. Ya en un instante estamos abrazados y dándonos cariñitos. Estábamos como dos tórtolos. Intercambiamos los números telefónicos y al momento de grabar el número:

- Pero ven acá y cual es tu nombre verdadero? – ya que al llamarle la china no sabíamos su nombre.
- Lanny Rocio.
- Oh, que bien.

Al día siguiente, a la misma hora de siempre los muchachos se listaron para partir a su billar, pero esta vez yo no podía ir porque debía asistir a la universidad a tomar un examen. Ellos se van y permanezco lamentándome de no poder concurrir. Al otro día cuando llego al trabajo, noto en todos los tigueres una mirada de estar perturbados por expresarme algo. Indago que es lo que pasa a lo cual uno de ellos me señala:

- Montro, la perdite. Anoche la china tenía par de cervezas en la cabeza y se agarró con Hamlet.

Este era uno de mis mejores amigos en el trabajo, su cubículo quedaba anverso al mío y al estar en la misma universidad pues teníamos más espacio para compartir que con los restantes. No le di mente y me puse a trabajar. Hamlet estaba sin palabras, no quería ni mirarme, pero en una se desesperó:

- Mira, yo no lo quería hacer, pero imagínate uno con unos cuantos tragos en la cabeza y esa mujer de puta y jodiendo, tuve que meterle mano, porque no me quedaba más nada.
- Montro, no le des mente, que yo no tengo nada con esa muchacha, es más si quieres puedes seguir saliendo con ella.
– le señalo sin ningún tipo de desasosiego.

La última vez que fuimos al billar, estábamos él y yo, llegó ella y no encontró que hacer, atinó a venir a saludarme y expresarme que ansiaba dialogar conmigo. Abordó el tema en cuestión, pero no la dejé concluir:

- Óyeme, no me interesa nada de lo que tengas que explicarme, tú y yo no tenemos una relación sería ni nada, para tener que darme explicaciones.
- Pero que yo quiero tener algo serio contigo. Eso fue un desliz que yo cometí.

A lo cual le manifesté:

- Y tú tienes la desfachatez de decirme esas palabras todavía con lo que hiciste. Si eso fue con uno de mi grupo no quiero imaginarme como sería con los desconocidos…

Ese fue el último momento en que la vi. Que bueno.

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